“El vehículo para y Viance se sube al estribo.
-¡A la orden, mi comandante!
Un jefe, joven aún, con una expresión taciturna, casi siniestra. Dos oficiales miran a su lado recelosos. El comandante pregunta con gesto y Viance se aturde:
- Soy de la tercera del segundo y vengo de R.
Le ataja con un gesto. Se oyen tiros más próximos:
-¿Qué hay por aquí? ¿Dónde son esos tiros? ¿Y el general S.?
- Su excelencia el general se ha matado.
El chófer esta impaciente. El comandante y los oficiales llevan la pistola amartillada. Viance asegura sus manos en el borde de la carrocería y apenas logra balbucear informes arbritarios. El comandante dice:
-¡Bueno esta bien! -y le empuja hacia fuera, mientras comienza a arrancar el coche.
Viance suplica, con los ojos balbucea:
-¡Hay una plaza junto al chofer; llevo tres tiros, mi comandante!
Pero éste sigue empujándole, y al ver que Viance continúa en el estribo con la culata de la pistola le golpea los dedos furiosamente. El oficial blasfema a sus espaldas. Viance, con un dedo roto, suelta las manos y cae junto al camino. El coche, otra vez raudo y desvencijado, corre dejando atrás el resuello acelerado del motor. El oficial, iracundo, desesperado, le quita el fusil a Viance y hace tres disparos contra el vehículo, que acelera más la velocidad. El oficial vomita injurias. Viance intentado jugar con los dedos, le pide el fusil, se encoge de hombros y se va pensando: “El comandante escapa y va a lo suyo. Tampoco yo debí perder el tiempo con este idiota”."
Fragmento de la novela Imán.
Ramón J. Sender.
Publicada en Ed. Cénit. 1930.
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